Un día encontré
una fotografía de un monasterio que intentaba respirar bajo el fuerte abrazo de
la hiedra. Un abrazo mortal que, trepando por sus paredes, estaba ocultando su
belleza, destruyendo su armonía y grandeza. Con ese aspecto triste, melancólico y abandonado, me pareció tan
hermoso que fue un amor a primera vista.
Desde
ese día siempre tuve deseo de visitarlo antes de que el abandono terminara con él en el suelo, pero hasta hoy no fue
posible.
Sentí
mucho no poder ir y formar parte del grupo de O Sorriso de Daniel para ayudar
en su limpieza. Tiene mucho mérito lo que ellos hicieron y siguiendo lo que
dice en el cartel que hay en el tronco de uno de los árboles, subiré las fotos que hoy le hice a las
páginas en las que colaboro.
Nos
hubiera gustado poder entrar y hacer fotos del interior, pero aun pude
conseguir alguna por la cerradura de la puerta y por una ventanita pequeña.